Enfrente, al otro
lado de la mesa, encontramos a un pequeño y octogenario
Li-Pu, uno de los
más prestigiosos y admirados sabios orientales de este siglo,
cuyo nombre de
origen Mandarín podría traducirse abreviadamente como:
“el Gran Maestro nacido bajo el sol del
atardecer
reflejado en el lago Pu,
el gran espejo del agua esmeralda
brotada de las altas montañas
gemelas
de cumbres redondeadas
en donde llegada la primavera
la gnosis de la naturaleza
salpicará de poemas y proverbios
la dura roca que es la mente
de los hombres vacuos
al igual que las sombras azules
de ligeras mariposas blancas
aletean serenas y pausadas
sobre la meliflua flor del cerezo
carmesí
entre los bambúes oscilantes
del camino Zen”.
Li-Pu
cuyo nombre en traducción extendida no quiero ni acierto en estos momentos a
describir, depositó un pequeño sobre de tonos marfileños sobre la exótica
madera de uno de los inmensos y brillantes escritorios de trabajo estilo Luís XIV de la Biblioteca
central de París también conocida como Bibliothèque nationale de France.
Aquella
sucinta misiva era mi oportunidad para poder entrar en la sociedad más selecta
jamás conocida, el club más exquisito y elitista de intelectuales y científicos
jamás creado; la Vía, el Tao, la Iluminación, el Sendero, el salvoconducto
hacia el destino un sinfín de veces soñado por mi humana y desmesurada ambición,
hacia una cátedra honorifica a la que tantas y tantas veces había aspirado, una
corona laureada, imaginaria, intuida, deseada, añorada; la puerta de entrada
hacía la Inmortalidad, hacia el Parnaso del saber y de lo sublime.
Mi
nombre y mis apellidos por fin podrian estar junto a los de Luca Eco, Jean
Pierre du la Baudrillarde, Enric Bathersteinj, Dario Foe,Roland Porowsky, Luis
Shiltonhen , Fernando Arrasbal y Daniel Rubio i Ortells, entre
otros.
Cogí
el sobre con manos temblorosas, en él destacaba el añil de los membretes de la Universidad
Internacional de anonetología, el sello de “El Otro ilustre Colegio
Oficial de Pataphysica” (OICOP), el del The London Institute of Pataphysics, el
emblema y el símbolo del colegio de patafísica de París y sobre todos ellos la "Eadem
mutata resurgo" y la espiral logarítmica.
Ese
sobre, de apariencia inocua escondía en su interior un reto intelectual único,
una prueba colosal que exigiría una aguda búsqueda y una ingrata y prolongada
investigación en el más enrevesado y
complejo de los procesos del descubrimiento científico, un estudio cuya
resolución final me ofrecería una cátedra en el celebérrimo Instituto Parisino
de Estudios Superiores e Inútiles.
Li-Pu
me miraba impertérrito, paciente, sugiriéndome con una sonrisa inocente e
infantil, que lo abriera, que lo leyera, a sabiendas de que yo era uno de los
mayores expertos internacionales en Antropología erótica de los pueblos
aborígenes, amén de Doctor en Psicología y Sexología de la Gestalt, Doctor Cum
Laude en Sociología de las interrelaciones afectivas… Premiado y condecorado en
diferentes ocasiones, por mis estudios e investigaciones de campo sobre los
ritos sexuales iniciáticos de los adolescentes Antropófagos de Tasmania, autor
de diferentes publicaciones y manuales básicos sobre la Hermenéutica de los
textos tántricos hindús y de tratados de renombre sobre la Eugenesia natural de
las tribus Jíbaras, entre otros.
Li-Pu
me miraba y sabía, y yo sabía que él sabía que yo sabía que él sabía que
yo sé que sabía que yo y sólo yo podría ayudar a la Honorable Hermandad
Patafísica a resolver el gran enigma dorado de la Fraternidad; una gesta
de extremada dificultad cuya victoriosa resolución permite la entrada de
un nuevo miembro cada 5 años.
Mi
mano temblorosa y, a mi pesar, húmeda abrió el sobre con el abrecartas
ceremonial de plata labrada. Con evidente torpeza, pero con ansia tiré
nervioso de una de las esquinas que asomaban en su interior y saqué a la
luz, en un intento que se me hizo interminable, una pequeña cuartilla
blanca… escrita.
Cuando
conseguí enfocar mi miopía hiperbólica observé gradualmente que
aquel papel de alta calidad, grueso y de tacto agradable, contenía trazada
con los enormes y asimétricos caracteres de una vieja máquina de escribir, la
sucinta pregunta, el enigma que debía resolver si quería ascender al Reino
de los Cielos de los más sabios de los
sabios:
¿PARA QUÉ SIRVE LA PILILA?
