Bajo la sábana hospitalaria, se consumía un sueño, el
alargado hilo verdoso del pulsómetro arrastraba pesadamente el eco electrónico
de sus últimos latidos, anunciando el final de una larga y octogenaria
melodía.
Una nueva derrota, un ciclo consumado y volátil que se
agotaba como una hoguera de la que sólo quedaban las brasas incandescentes de
los recuerdos: aquél lejano niño que juega, junto a la pared blanca,
la sonrisa de una madre amorosa, compañeros de juegos rescatados
del olvido. El primer balón de cuero, se deslizaba invisible y etéreo bajo la
árida sábana verdosa.
Rehaciendo la vida con la ajada pluma de la memoria, recogía
de entre los escombros de su existencia, los atractivos y lejanos campos de la
seducción y del deseo; el hechizo del primer beso, la frescura liberadora del
sexo, la cautivación fascinante del amor y el sabor agridulce del
enamoramiento.
Cuantos instantes capturados al tiempo, cuanto tiempo
atrapado en un instante, cuantos días vividos en plenitud y también, cuantos
momentos dolorosamente desaprovechados, arrojados al absurdo foso donde reposan
las palabras que debieron no salir jamás y donde duermen para siempre aquellas
otras que si lo debieron. Qué fácil hubiese sido pronunciar un simple “perdón”,
susurrar “estoy contigo” gritar“nos vemos luego” o acariciar el oído de aquella
mujer, ahora lejana, con un simple “te quiero”.
¡Ay viejo! dijiste ya adiós a tu gastado mundo, y tu corazón
cansado ahora quedó quieto, ya no podrás oír el mundo nuevo que cerca de aquí
se despierta, gritando a pleno pulmón con su primer lamento, junto a una nueva
madre… ¡Ay viejo! te esperan tras la puerta luminosa, nuevos reencuentros y
desencuentros, apura la Vida y quizás también el Amor, no malgastes tu Tiempo.
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